martes, 27 de agosto de 2013

Arenales al 2200
Pluralitas non est ponenda sine necessitate
William of Ockham

La vio por primera vez cuando buscaba una moneda de un peso, que resbaló del bolsillo de un pantalón que había decidido no ponerse. Al doblar éste para guardarlo, el círculo metálico se había deslizado silencioso hasta impactar el piso, había descrito una curva muy abierta y rápidamente había desaparecido debajo de la cama. Luego se escuchó el tintineo vertiginoso que acompañaba su lento desplome. Con una mueca de desgano, se arrodilló y apoyó la sien derecha en el piso mientras entrecerraba sus ojos para enfocar la vista y acostumbrarse a la oscuridad bajo la cama. Al fondo, casi al otro lado, había una sandalia femenina sobre la cual parecían llevar mil años acumulándose decenas de motas de polvo parásitas. Cerca del centro, hacia la cabecera de la cama, un pequeño destello plateado reveló el canto de la moneda que había decidido establecerse en el punto más inaccesible de la incómoda gruta.
Pero entonces, la vio. Una figura aproximadamente esférica de aspecto verdusco y radio similar al de la moneda. Tenía una apariencia volátil, liviana, pero no parecía una mota de polvo si tomaba como referencia las que había sobre la sandalia. Por un momento, un engaño óptico la asemejó con un pequeño planeta sin estrella, oscuro y errante en la eternidad del cosmos.
La alarma del reloj interrumpió su observación y decidió que sacaría la moneda más tarde, cuando regresara a casa. Al día siguiente la mucama limpiaría el departamento y entonces él le recordaría su deber de limpiar el polvo bajo los muebles. Ahora tenía que salir a trabajar y ya se empezaba a hacer tarde. Por fortuna, no iba a necesitar la moneda fugitiva, porque el día anterior había conseguido cambiar suficientes en el banco, como para pagar una semana de viaje en colectivo.
El día transcurrió como cualquiera. Tomó el colectivo que en media hora lo llevó hasta Plaza Constitución, luego treinta o cuarenta minutos en tren hasta Berazategui, y después de la jornada laboral en la vieja fábrica, regresó a su domicilio antes de las veinte y treinta, justo a tiempo para ver "Bailando por un Sueño", sentado en la cabecera de su cama mientras devoraba un emparedado de milanesa que había comprado en el camino. Esperaba que llegara Valeria, que andaba últimamente muy ocupada, según ella. Pero no llegó ni llamó. Tampoco respondió cuando la llamó al móvil. ¡Maldita sea!, estaría histérica si fuera él. Extrañaba las "hembritas" de su país, ahora que tanto había lidiado con estas "minitas" y sus hábitos. Por culpa de ella estaba ahora idiotizado frente a la tele, viendo ese reality de porquería... por culpa de ella, había perdido identidad y ahora hablaba como ella y tenía sus vicios. Pero la necesitaba... empezó a escribir un mensaje de texto en el celular: Dejaste tus zapatos el otro día. Que sea una excusa para que vengas. Pero decidió no enviarlo considerando la posibilidad de que la sandalia no fuese de ella. A propósito de hábitos, ¡Qué ganas de fumarme un faso, che! Salió al pequeño balcón a recibir un poco de brisa otoñal, un poco de frescura que caía como un bálsamo ahora que finalizaba el verano. No pudo evitar pensar en el invierno, que según pronosticaban, sería más crudo que el del año anterior. Nevó en Berazategui, recordó desconsolado y sintió nostalgia de su país ecuatorial donde la primavera es eterna. Eran las once y en la calle Arenales aún bullía el tráfico y la gente que salía de los restaurantes pasaba conversando ruidosamente; algunos andaban incluso con sus pequeños, como si fueran las cinco de la tarde. En los edificios de enfrente se veían aún luces encendidas, siluetas difusas en las cortinas y puntos rojos intensos en los balcones, que iluminaban los rostros de otros fumadores. Le dio una chupada final al cigarrillo y con un latigazo del dedo medio, lanzó despreocupadamente la colilla al aire. Vio el punto luminoso describir su caída parabólica y estrellarse contra el pavimento generando un pequeño chisporroteo veinte metros más abajo. Luego entró y se echó de espaldas en la cama. ¡Malditos hábitos!. Arrojar colillas a la calle tampoco había sido lo suyo, pero ahora lo hacía con naturalidad.
Sin embargo no había perdido todas las buenas costumbres. Limpiaba minuciosamente sus dientes con hilo dental y cepillo y aunque al principio Valeria se mofaba, terminó convirtiéndose en una fanática de la limpieza bucal, tanto que ahora él tenía que comprar más hilo dental, que era algo escaso y además resultaba costoso.
Así cavilaba, cuando lo sobresaltó una pequeña escolopendra de unos cinco centímetros y muy oscura que venía desde la entrada y se deslizaba por el suelo rápidamente hacia la cama. Se sentó y sin bajar los pies agarró un zapato y asestó un golpe que resultó fallido. El animalejo se escabulló debajo de la cama en dirección a la cabecera y él quedó frío y tembloroso, con el zapato en la mano. Seguramente padezco de "Centipodofobia". Se armó de valor y bajó para mirar debajo de la cama. Al apoyar la sien en el parqué sintió algo como un Déjà Vu, aunque de inmediato supo que no era tal, porque el evento de la moneda prófuga había ocurrido efectivamente en la mañana. Entonces recordó el destello del canto de la moneda, las motas de polvo, la sandalia abandonada... y la cosa esférica, la extraña bola texturizada de color verde, o quizá gris. Después de unos segundos su vista se acostumbró a la oscuridad. La vio nuevamente y detrás de ella había otra, al parecer más pequeña. O tal vez era la perspectiva. Le extrañó que no la hubiera visto en la mañana, pero tal vez no había mirado el tiempo suficiente. Luego vio otra, y otra... en menos de un minuto logró ver seis o siete esferas similares. La esfera parecía un sistema planetario sin sol. Se sintió inmerso en la oscuridad y las esferas parecieron muy grandes, cada vez más grandes y oscuras y al mismo tiempo él cada vez más pequeño. Sintió un miedo inexplicable, como si de repente estuviera absolutamente solo en la inmensidad del cosmos. Pero solo fue una sensación momentánea y de nuevo vio el piso marrón bajo su mejilla. Y el piso se oscurecía progresivamente hasta llegar a la negra zona donde habitaban las misteriosas pelotitas, pequeñas otra vez.
Necesito Una linterna. El arrendatario le había entregado una con el inventario del contrato. El corazón palpitaba con fuerza y su respiración era agitada cuando regresó de la cocina. Se echó nuevamente al piso y apuntó la luz hacia la zona oscura. De repente abrió mucho los ojos y su primera reacción fue apagar la luz de la linterna. La mezcla de emoción, miedo y curiosidad le revolvió el estómago. Luego encendió nuevamente la luz, iluminó el lugar y miró detenidamente: había unas cincuenta bolas esparcidas en un área equivalente a un tercio del área de la cama, la mayoría agrupadas cerca de la cabecera. De color verde brillante, su textura ahora se asemejaba más a pequeños cerebros de extraterrestres que a planetas hostiles y cuando una de ellas se movió, o pareció moverse, ya no pudo soportar más y se levantó lívido, pensando que esas cosas podrían estar vivas y tener malas intenciones. Tuvo un momento de duda acerca de su propia salud mental, pero luego pensó que tal vez el ciempiés en su alocada carrera habría golpeado la bola y eso explicaría el breve movimiento. Pero no estaba satisfecho; el salvavidas de la navaja de Ockham suele sucumbir al pavoroso poder del miedo y en su lugar cobran sentido las pesadillas más absurdas que residen en el subconciente.
Empezó una lucha interna para tomar una decisión: mover la cama y revelar la verdad a riesgo de morir (el miedo es sarcástico y su humor, negro). O bien huir despavorido de Argentina y refugiarse en el regazo de su madre, en donde esas cosas no ocurren. Quizás sus razonamientos absurdos confirmaban su demencia, pero atenuaron su miedo y una fuerza invisible le permitió levantarse del piso, se acomodó al otro lado de la cama y empujó. La fuerza que aplicó inicialmente desplazó el mueble solamente un centímetro. La puta... cómo pesa. Apoyó uno de los pies desnudos en la base de la pared y empezó a empujar de nuevo. En ese momento, la negra y alargada figura del ciempiés salió de debajo de la cama y se dirigía veloz hacia el pie que tenía apoyado. Sintió impotente un chillido ahogado escapando de su garganta y dio un saltito afeminado sin poder controlar la caída, viendo con impotencia cómo el animal quedaba bajo la planta del pie. El segundo chillido fue de asco y un escalofrío lo recorrió desde el pie hasta la cerviz, mientras observaba desconsolado, aunque aliviado, la mancha amarillenta que embadurnaba su pie y las tripas del bicho dibujando líneas radiales en el piso. Tardó unos segundos en reponerse al suceso, pero luego se limpió apresuradamente contra el suelo, sintiendo aún frío en la espina dorsal y apoyando de nuevo el pie en la pared empujó con fuerza como queriendo invocar de una vez, todas las calamidades que le aguardaban esa noche.
La cama se movió lo suficiente para dejar varias bolas al descubierto. Se quedó mirándolas fijamente y tratando de explicar la apariencia que  presentaban bajo la luz del foco. No eran temibles, no parecían planetas ni diminutos cerebros verdes, pero eso no las hacía menos extrañas. ¿Qué putas es esto? Se inclinó y tomó una; era un ovillo de lana verde, brillante. Tomó un hilo y tiró de él hasta que quedó separado del ovillo. Medía unos veinte centímetros y comprobó que no era lana. ¿Hilo dental? Su rostro estaba muy tenso; del miedo había pasado a la vergüenza y ahora empezaba a experimentar cólera. Desprendió otro hilo y comprobó que tenía la misma longitud. Al cabo de unos momentos el falso planeta estaba convertido en veintisiete trozos iguales de hilo dental en apariencia intactos, aunque un poco pálidos. Por su longitud resultaban casi inútiles para limpiar los dientes y entonces se le ocurrió que sólo los podrían haber usado para una cosa. Con una mueca de asco, se aventuró a probar uno y comprobó que no tenía sabor.
— Tienen gustito a menta, — le había oído decir a Valeria a veces. La re mil puta que la parió.
Quedó absorto un tiempo indefinido, con el corazón a punto de reventarle el pecho. Luego reunió los ovillos en un montón.

Desde el balcón del departamento contiguo, un vecino desconcertado escuchó un grito de naturaleza indefinida y vio como el aire fresco de la noche era súbitamente surcado por dos sandalias que giraban como hélices y aterrizaban en Arenales, ahora solitaria y silenciosa. Detrás de ellas había quedado, como un rastro radiactivo, una nubecilla verdusca e inexplicable, que bajaba lenta como un diminuto paracaídas hasta perderse en la oscuridad.

lunes, 22 de julio de 2013

Un breve encuentro del Tercer Tipo

Soy un apasionado de la ciencia, especialmente cuando coquetea con la cosmología y la biología, pero sólo hasta el nivel que proporcionan los ensayos de divulgación. De otro modo, pierde la gracia. Cuando intento entrar en formalismos y detalles técnicos, el placer amenaza con convertirse en tedio, el pasatiempo en trabajo, el cuento en novela...

Ya he masticado suficientes galaxias, supernovas, estrellas, dinosaurios y neandertales, como para abrir mi boca en alguna reunión y dejar ver a los asistentes desprevenidos un poco de biología, astronomía y cosmología semidigeridos. Pero no me pregunten qué hay más allá del bolo alimenticio: es posible que se encuentren lo que están imaginando.

Corría el mes de mayo de 2012 cuando me llegó la invitación por correo electrónico. Tal vez mi amigo el remitente pensó que lo que más me llamaría la atención sería el título de la conferencia: COLISIONES CÓSMICAS, EXTINCIONES MASIVAS Y CONSECUENCIAS BIOLÓGICAS. O quizás quería jactarse de que el evento se realizaría en su universidad. Y no puedo negar que me sobrecogía de la emoción por la expectativa de deleitar mis oídos con esa música. Pero no esperaba mayores sorpresas: un buen conferencista, un auditorio interesado pero lego en el tema, con preguntas buenas, pero trilladas; quizás el expositor mencionaría una o dos novedades que terminarían eclipsadas por el interés de los oyentes en otros temas básicos.

Pero entonces, leyendo el resumen que venía en la invitación, vi un nombre que me aflojó la mandíbula y me mantuvo absorto durante unos segundos: Adriana Ocampo Uría.
De inmediato contacté a la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Icesi para confirmar y reservar dos cupos.

Escuché sobre ella por primera vez en junio de 2011, cuando asistía a un curso de Astronomía que se dictó en la Biblioteca Departamental, en Cali. El director del curso, Jaime García, es su ferviente admirador y amigo. Cada vez que tenía oportunidad presumía de los prodigiosos encuentros que había tenido en con la doctora Ocampo en algunas de sus pasadas visitas a la ciudad. Nos mostraba fotografías en las que aparecía en compañía de ella venerando pedruscos estériles, o bien, camuflados entre los cardos de algún matorral criollo apuntando sus dedos a las brechas de presuntos impactos de meteoritos. En muchas de las fotos contrastaba la indumentaria de excursionista de ella con los pantalones Alberto VO5 y mocasines negros de él. Cerca del final del curso, Jaime nos dio la estocada definitiva enseñándonos un ruidoso video del lanzamiento del cohete Atlas V551 cuya misión es llevar la sonda Juno en un animado viaje de 5 años rumbo a Júpiter. El video fue grabado con su modesta cámara digital Sony Lumix de 5.0 Megapixeles, cuando la doctora Ocampo lo invitó a la Nasa en agosto de 2011. Dicen que fue el día más feliz en la vida de ella. No sé, pero evidentemente fue el día más feliz de Jaime, a juzgar por sus ojillos brillantes y el entusiasmo que quedó registrado en el video. Ya no me quedaba ninguna duda: las fotografías no habían sido retocadas y el profe no estaba chicaneando.

Lo que más llama la atención de Adriana Ocampo cuando se la ve en una foto o en vivo y en directo es su sonrisa franca y contagiosa. Realza sus pómulos y achica su mirada detrás de sus anteojos de intelectual. Parece una persona feliz, lo cual nos da un buen argumento para convencer al mundo de que ante todo, es paisana nuestra. Prácticamente nunca vivió en Colombia, pero nació en Barranquilla en 1955 y heredó de su padre colombiano ese curioso gen de la alegría incondicional. Su acento tiene una mezcla de gringo y argentino, pero su castellano es limpio y cristalino, como pude  verificarlo cuando respondía a las preguntas del auditorio. Luego me enteré de que Adriana tiene familiares en Cali y por eso mantiene contacto con la ciudad con cierta frecuencia. Ha dictado conferencias en la Icesi y la Javeriana y anda entusiasmada con las ideas locas de Jaime sobre impactos de meteoritos en el suroccidente colombiano.

Tenía un año cuando se trasladó con sus padres a Buenos Aires, Argentina. De niña pasaba tiempo en la terraza soñando con viajes interestelares. Construía naves espaciales con elementos que robaba de la cocina. En compañía de Tauro, su perro, y Juanita, una muñeca a la que vestía de astronauta, viajaba imaginariamente por el cielo. Ese cielo austral tan inspirador, con constelaciones invertidas, nubes magallánicas, nebulosas y galaxias coloridas. Aparte de la pasión por el firmamento,  ya se interesaba por la biología y la geología. Para sus experimentos recogía arañas y otros bichos que guardaba en el ropero. Estos, junto con el tierrero que utilizaba para hacer mejunjes y experimentos, eran la pesadilla de sus hermanas, una mayor y otra menor, como cierto par de constelaciones.

El año en que Neil Amstrong dio el gran salto para la humanidad, Adriana, próxima a cumplir 15 años se mudó a Los Ángeles con su familia. Unos meses antes, desde Buenos Aires había enviado una carta en español a la NASA solicitando un empleo. Para ella no representaba ningún obstáculo que en ese entonces la mayoría de los empleados fueran hombres angloparlantes que la doblaban en edad. Fue necesario esperar tres años para que se pudiera unir al JPL (Jet Propulsion Laboratory) y a partir de ese momento ningún poder del cosmos la ha podido detener.

Uno de sus primeros trabajos fue la publicación de un atlas que sirvió de guía para una misión rusa hacia Fobos, la mayor de las dos lunas de Marte. Luego hizo su aporte más importante a la ciencia: desde 1991 lideró al grupo de científicos que localizaron cerca de la población de Chicxulub, en la península de Yucatán, al escurridizo cráter de impacto dejado por el asteroide que marcó la frontera KT (Cretáceo Terciario). Este fue el gigantesco peñasco que hace 65 millones de años puso fin a los dinosaurios y a más de la mitad de las formas de vida del planeta. En realidad, la evidencia de que este semicírculo de depresiones se trataba de un cráter había sido encontrada a finales de la década de los 70 por dos geofísicos, Penfield y Camargo, que el mundo casi ignoró, en parte porque Pemex, compañía para la cual trabajaban, no permitió revelar mucha información y en parte porque para ellos el descubrimiento no era mucho más que un cráter gigante. Lo curioso es que casi al mismo tiempo, el físico Luis Álvarez proponía su gran hipótesis de que el causante del final del Cretáceo había sido un gran cuerpo extraterrestre, quizás un cometa o un asteroide. Después de una década de búsqueda, se retomó el interés por el trabajo de los geofísicos de Pemex, pero sólo fue hasta 1991, cuando Ocampo entró a jugar en el partido con la ayuda de imágenes satelitales y varias expediciones a Belize, que se encontró la correspondencia entre los hallazgos de Penfield y Camargo y las hipótesis de Álvarez. La búsqueda había finalizado, pero Álvarez no vivió lo suficiente para enterarse. Un cáncer lo sacó del juego en 1988.

El anillo tiene 180 kilómetros de diámetro, pero al parecer es una pared interior del cráter real, que se estima mide unos 300 kilómetros de diámetro. Con todo esto, si uno va caminando por ahí desprevenidamente, no lo ve; ni siquiera sospecha de su existencia; 65 millones de años son capaces de borrar las huellas más profundas en este planeta, pero Ocampo y sus sabuesos, apoyados en hombros de gigantes, han sido capaces de develar la cicatriz de una herida mortal que quitó del camino al dinosaurio (lagarto terrible) y abrió paso al homo sapiens (humano terrible).

Como decía, esta mujer no se ha estado quieta ni un minuto. Participó en la misión Viking en la que tuvo su romance con Marte. Luego tuvo amoríos con otros planetas, en la misión Voyager. Participó en proyectos en la Agencia Espacial Europea desde el 2002 hasta el 2004. Hoy en día, como administradora del Programa de Ciencias es responsable del programa Nuevas Fronteras y dirige las misiones Juno, destinada a la exploración de Júpiter, y New Horizons, a Plutón. También lidera estrategias y planeación para exploraciones a nuestro huraño vecino, Venus, que achicharra con ingratitud los carísimos presentes que le hemos enviado.

Ha sido galardonada como mujer del año en la ciencia (Los Ángeles, 1992), destacada por la revistaDiscover como una de las 50 mujeres más importantes de la ciencia (2002), ayudó a crear la primera Conferencia Espacial de las Américas, es promotora de un programa de exploración espacial en Latinoamérica y asesora a niñas y mujeres en un grupo denominado Mujeres Latinas de la NASA. Como una especie de retribución a la vida, dicta conferencias en inglés y español y responde a las cartas que envían niñas de todo el mundo a la NASA. Y bueno, un largo etcétera.

En palabras de Adriana, "su padre Víctor inspiró sus sueños y su madre les dio alas. Luego, la NASA los hizo realidad".

Después de una conferencia multimedia, con asteroides, cráteres y un velocirraptor parlanchín que interrumpía deliberadamente su discurso, Ocampo anunció una sesión de preguntas y el auditorio se erizó con los brazos que alzaban los asistentes. Yo no tenía preguntas interesantes, pero tenía que preguntar algo, así que obtuve un turno como pude. Cuando llegó el momento, me presenté atropelladamente y empecé a balbucear sobre el curso de astronomía que recibí en la biblioteca departamental. Olvidé presumir de unas clases de Cosmología que tomé en Buenos Aires y terminé mencionando a Jaime García, que se encontraba en las primeras filas. Éste, al escuchar su nombre, giró su cabeza con curiosidad, sonrió y me devolvió el saludo que le envié entre paréntesis. Finalmente, traté de concentrarme en la pregunta:

—Tengo entendido que están investigando sobre posibles impactos de meteoritos en Cali y zonas aledañas. Aunque sé que están siendo discretos con la información recopilada, me gustaría saber ¿en qué van? ¿Qué nos puede adelantar acerca de estos descubrimientos?¿Es posible que estén relacionados con extinciones masivas?

El auditorio estaba en silencio porque habían estado escuchando mi perorata. Jaime levantó mucho las cejas y volvió a su posición inicial. Me parece que intercambió con Adriana una mirada nerviosa y hasta creo haber escuchado a un inoportuno grillo. La sonrisa de Ocampo no se desvaneció, porque al parecer es físicamente imposible, pero algo cambió en su semblante por unos segundos. Luego carraspeó y dijo:

—Sí, ehm... en realidad se trata de una investigación muy preliminar. La información que estamos recogiendo está aún siendo clasificada y no hay un pronunciamiento oficial. Como bien lo has dicho, el tema se está manejando con discreción pero es probable que muy pronto haya buenas noticias que estaremos informando a la comunidad.

—Muchas Gracias—dije, y miré a mi esposa que me sonreía al lado, compasiva. 

El siguiente curioso en la lista de preguntones inquirió preocupado acerca de los sucesos que ocurrirían el 21 de diciembre según los mayas. Y mientras Adriana respondía amablemente que no era especialista en ese campo, yo ya estaba desconectado y fantaseaba con llegar a la casa y encontrar en el patio un yacimiento de diamantes dejado por el impacto de algún meteorito caleño, hace unos 20 millones de años.

Cuando se levantó la sesión, mi esposa divisó a Andrés Jaramillo, su profesor preferido de la U. Me conformé con saludarlo a él, dado que para llegar hasta la doctora Ocampo había que sortear y esquivar muchos dinosaurios (lagartos terribles) que la rodeaban en ese momento.

Sintiendo un poco de celos por la admiración que le profesa mi esposa al individuo, y algo molesto por su rostro inexpresivo, intenté fastidiarlo cuando nos dijo que también estaba trabajando en la NASA:

—Ah, ¿en la NASA? ¿y también está usted lanzando sondas a Júpiter? —bromeé


—No—respondió lacónicamente, y cuando ya creía haber logrado mi objetivo, agregó impasible: —A Saturno.

Taller de Escritura Comfandi, Mayo de 2013

martes, 2 de octubre de 2007

Pares

Luego de terminar con mi apoyo en un escueto y aburrido análisis de inconsistencias en los datos, recojo mi libreta de apuntes, mi carné, que aún tiene el olor del plástico nuevo y un bolígrafo mordisqueado que apesta levemente a mi propia saliva. Me pongo de pie y luego de despedirme con una sonrisa torcida, salgo del cubículo hacia el pasillo, que ahora se me presenta como una larga calle de baldosas bruñidas y que me invita a conducir por ella. Me dirijo con paso sosegado hacia mi cubículo… al fondo, a la derecha. Las hileras laterales de cubículos pasan a ambos lados como las esquinas solitarias de una ciudad y en ellas veo una que otra sombra alargada con el rabillo del ojo. Cuando las miro, se materializan en compañeros de trabajo que están haciendo visita, o buscando a alguien. Alcanzo también a ver las cabezas de los que están sentados trabajando y me da la impresión de que son enormes huevos peludos en un gigantesco panal. O quizá larvas de avispas en su nido. Alzo un poco más la cabeza para apreciar mejor a Lisa, que hoy vino más bella que de costumbre y me alcanza a regalar una sonrisa cuando ya está desapareciendo de mi campo visual. Nos regalamos unos ‘hola’ coquetones que se estrellan suavemente contra ambos lados de la pared de su cubículo y quedan buscándose desesperadamente, mientras yo continúo mi camino. En una de tantas cuadras veo, o creo ver a Norma, conversando con alguien. Me siento como un caminante descomunal y hasta creo que una estúpida sonrisa se asoma tenuemente a mi triste rostro. Se acaba el paseo, cruzo en la próxima esquina a la derecha y me dirijo a mi puesto, a instalarme como una larva más. Le sonrío a Norma, que se asoma apoyada con los brazos en el escritorio de su vecino, con el cual charla amenamente. Me dejo caer perezosamente sobre mi asiento y arrojo con desgano la libreta, el carné y el bolígrafo sobre el escritorio.
De pronto, caigo en la cuenta. Creo que abro mucho los ojos y automáticamente se dirigen sorprendidos hacia Norma, que sigue con su entretenida conversación.
Acabo de verla… en el puesto de…
Mi modorra se esfuma de súbito, y salto como impulsado por resortes. Corro hacia el puesto de… ¿cómo se llama? No sé, pero es en la tercera fila. Ya no me siento un gigante recorriendo una ciudad amurallada. Ahora soy un pobre imbécil en un laberinto de cubículos. Mi paso es apresurado y me siento un poco ansioso. Debe haber sido otra persona. Giro en la tercera esquina hacia la izquierda y ¡Ahí está!... ¡Norma! Parece una escena copiada de la anterior, pero esta vez el interlocutor es…

¡Camilo! Así es que se llama este güevón.

¿Qué diablos es esto? No sé si correr de un punto a otro hasta que una de las dos desaparezca y luego tratar de buscarle una explicación lógica, o coger a alguien del brazo y arrastrarlo hacia mi descubrimiento, arriesgándome a que me encierren en un manicomio. Se me ocurre que también puedo invitarla a ella misma, hacia su cubículo, donde charla con Miguel, pero repentinamente me da un temor infinito de causar un evento cuántico de consecuencias cataclísmicas.

Debo asegurarme de que la otra Norma aún sigue allá, pero no quiero perder de vista la que tengo ante mis ojos. Nada puedo hacer. Los escenarios no se intersectan ni siquiera con la ayuda de los ventanales del fondo, que podrían reflejarla, pero el ángulo no ayuda. Me desplazo sin perder más tiempo hacia el otro lado, con brinquitos que podrían dejar en duda mi reputación. Estoy fascinado… y aterrado. Esto cambia totalmente lo que hasta ahora había concebido acerca de la naturaleza del Universo. Ahí está… ¡Porca Miseria!, esto va a enloquecerme.

De pronto, sus negros ojos se posan en mi atribulada figura y advierto en ella una expresión de extrañeza, como auscultando mi mente. No sé qué decir. Entonces, ante la mirada atónita de Miguel, la tomo del brazo y atropelladamente la llevo al otro lugar. Antes de llegar a la esquina, me detengo, la sujeto con firmeza para que no continúe, y asomo mi cabeza. Ahora no tengo dudas… está ocurriendo lo imposible: ella está ahí, con Camilo, pero yo la tengo sujeta acá al otro lado. Decido arriesgarme a invocar el fin del mundo porque necesito saber de qué se trata todo esto. Pero justo al halarla hacia mí, para que se vea a ella misma, el cataclismo ocurre. Todo se oscurece ante mis ojos estupefactos, el mundo se desvanece y después no sé más.

martes, 14 de agosto de 2007

Panadería

- Hola, ¿tienes de ese pan queso que llevé el otro día?
- Ay, no. Se acabó temprano hoy – responde ella con una sonrisa cordial. Luego señala el interior de la vitrina – tengo de estos pancitos con bocadillo y de estos con arequipe.
Él aprieta los labios y menea la cabeza levemente.
- Mmmm, no. El dulce me hace daño – Con una sonrisa triste, agrega: – tengo un problema con el azúcar… los médicos no me dan más de seis meses de vida.
Él mantiene la mirada perdida sobre la vitrina, como buscando inútilmente algo para llevar. No necesita alzar la vista hacia ella para darse cuenta de su expresión demudada.
- Oh… – ella hace cierto esfuerzo para continuar. – ¿y qué tienes?
Él levanta la mirada hasta encontrarse con sus hermosos ojos de aguamarina, ahora muy abiertos y compasivos.
- No se sabe. Es una enfermedad muy rara. Tengo entendido que le ocurre a una de cada cien mil personas. – Finaliza con una mueca de sonrisa forzosa – Es como una disfunción pancreática que no permite procesar debidamente la glucosa.
Ella está claramente abrumada. Intenta decir algo, pero él se adelanta:
- Hay una cura – dice con cierto aire de escepticismo – pero es algo que hasta ahora no he podido conseguir.
- ¿Y qué es? – pregunta ella. Ahora su boca está entreabierta, dejando ver algunas perlas sobre rojo terciopelo.
- Un beso de una mujer de ojos verdes – En el rostro de él se adivina una ligera sonrisa.
Ella, con los ojos muy abiertos aún, cierra la boca, distensiona su frente y se queda estupefacta durante unos segundos. Luego se larga a reír, mientras el sonríe con ternura.

jueves, 17 de mayo de 2007

Primera entrada. Vamos a ver cuánto tiempo le puedo dedicar a esta vaina.